lunes, 1 de noviembre de 2010

Néstor renacido estandarte


Son las 20 horas del jueves 28 de octubre. Una cola interminable viborea entre las calles de la ciudad de Buenos Aires. Miles de personas esperan pacientemente su turno para entrar a la Casa de Gobierno y darle su adiós al ex presidente Néstor Kirchner. Lo primero que llama la atención es la gran presencia de jóvenes. La cola se mueve lentamente, pero de tanto en tanto una corriente de energía la recorre y estremece. Innumerables brazos se agitan acompañando los cánticos que estallan: Néstor no se murió/ Néstor no se murió/ Néstor vive en el pueblo que lo heredó/; Andate Cobos la puta que te parió/ Andate Cobos la puta que te parió/; Patria sí, colonia no/ Patria sí, colonia no/. En el interior de La Rosada se suceden escenas conmovedoras que la televisión reproduce y hace llegar a todos los rincones del país. Rompiendo la solemnidad habitual de los funerales, al llegar a la sala donde Cristina se mantiene estoica junta al féretro de su marido, la gente grita llevándose la mano al corazón, levantando el puño o los dos dedos en V: “Gracias Néstor”; “No afloje Cristina”; “Te queremos y te apoyamos”; “No te vamos a dejar sola”. Hay dolor y pena en la multitud, pero no resignación. Afuera en la fila, junto a un amigo y compañero de militancia de los años 70, espero mi turno para llegar a la sala donde yace Néstor. No puedo dejar de pensar en la muerte de Perón; la masividad de las muestras de dolor sólo es comparable a la de ese ya lejano día de hace 36 años. Salvo una diferencia importante. Al morir Perón, junto a la consternación, un sentimiento ominoso se apoderó de la gente; un presentimiento de que las cosas, inevitablemente, iban a empeorar. Sin un conductor nadie podría detener ya el enfrentamiento interno ni a la reacción que actuaba tanto desde dentro como desde fuera del movimiento. La multitud en cambio que se ha acercado hoy a despedir a Kirchner no está dominada por presagios lúgubres. Todo lo contrario. Hay pesar, pero también voluntad de lucha, esperanza. Una de la mañana del viernes 29 de octubre, luego de cinco horas estoy en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. Al fondo distingo la imagen del Che Guevara entronizada durante el Bicentenario (un combate simbólico ganado por los Kirchner). Más allá de la muerte, soñador y eternamente joven, Guevara contempla la escena. Observó el ataúd. Está cubierto por la bandera argentina y por distintos presentes que los dolientes han ido dejando, entre ellos el pañuelo de una de las Madre de Plaza de Mayo. Ni en sus más febriles sueños, pienso, debe haber imaginado Kirchner, presente como uno más en las exequias de Perón, que tendrían que transcurrir 36 años para que el pueblo se vuelque otra vez a las calles masivamente a manifestar su dolor por un líder político y que esa vez el muerto ilustre sería él. Alguien grita a mi lado: “Gracias Néstor, vamos a continuar tu lucha”. Varias personas rompen en llanto, entre ellos algunos jóvenes. Apesadumbrados caminamos hacia la salida de La Rosada. Atrás, custodiado por cuatro granaderos imperturbables y su doliente esposa, quedan los restos del ex presidente. Néstor, el Pingüino, el peleador. El hombre que ganó batallas y también las perdió. Aquel que cuando todos los daban por muerto, después de la derrota ante el campo, se levantó y siguió peleando y propinando golpes ante el estupor de sus rivales. Lo que parecía imposible hace dos años se había vuelto una posibilidad concreta: Kirchner podía ganar las elecciones presidenciales de 2011. Pero para completar su imagen heroica los dioses decidieron llevarlo en su mejor momento. Afuera de La Rosada, en Plaza de Mayo, miles de personas agitan cartelones y banderas con la imagen de Kirchner. Renacido estandarte la multitud lo levanta y se prepara para ganar con él los próximos combates.

miércoles, 2 de junio de 2010

La Argentina que descubrió la fiesta



Inesperadamente, a lo largo de cinco días, seis millones de personas se volcaron a las calles de la ciudad de Buenos Aires a celebrar los 200 años de la Revolución de Mayo. Se trata sin duda de un acontecimiento que no tiene antecedentes en la historia de nuestro país; tampoco es fácil encontrar un experiencia parecida en el resto del mundo. Se puede citar, por supuesto, las movilizaciones con motivo del regreso de la democracia en 1983 o los festejos por los títulos obtenidos en los mundiales de fútbol de 1978 y 1986, pero está claro que estos festejos estuvieron lejos de la masividad espectacular de las celebraciones del Bicentenario. Tal vez lo que más se le asemeje, en masividad al menos, sea la multitud (calculada en 3 millones de personas) que convocó el general Perón en su regreso al país en junio de 1973.
Cualquiera sean las comparaciones lo que se impone de inmediato es el carácter singular de este Bicentenario, no sólo por la multitudinaria participación que logró, sino también porque durante su transcurso se mezclaron componentes propios de toda celebración con elementos simbólicos, culturales e ideológicos inéditos en una celebración de este tipo. Un Bicentenario como el que finalmente vivió el país no estaba en los cálculos de nadie. Ni siquiera en el de sus organizadores, que hay que resaltar, apostaron en grande. Menos todavía en las previsiones de los integrantes de la oposición política y mediática que desde un principio trataron de reducir la acción del gobierno al supuesto gesto de confrontación de la presidenta al decidir no asistir a la ceremonia del Colón y a los problemas de tránsito que podía acarrear la gigantesca fiesta organizada por el oficialismo.
Unos día antes Macri se refirió en un programa de televisión, con su afectado tono de porteño cheto, a los problemas que iba a traer a la ciudad, “la locura de esta gente que piensa cortar la 9 de Julio”. La mayoría de los canales comenzaron el día viernes 21 destacando los embotellamientos y otras dificultades que estaba causando la organización de los actos. Uno de los periodista llegó recomendar que directamente la gente tratase de evitar el centro. Posteriormente, cuando observaron azorados la multitudinaria participación que tenía lugar no les quedó otra que reflejar lo que estaba sucediendo y hablar sobre “la conmovedora presencia del pueblo” y otros lugares comunes para la ocasión.
En un último intento concentraron sus esfuerzos en la fiesta de gala organizada por Macri en el Colón y en el Tedéum presidido por Bergoglio en la Catedral, pero fue inútil. La presencia multitudinaria de la gente en las calles eclipsó la mise en scéne montada por la derecha. No hay que olvidar, como denunció en su momento Horacio Verbitsky, que un sector de la oposición pretendía hacer del Tedéum de la Catedral una multitudinaria manifestación en contra del gobierno a semejanza de la procesión de Corpus Christi que precedió en junio de 1955 al golpe contra Perón.
Al fin nada de eso sucedió. La multitud no salió a las calles a repudiar al gobierno, simplemente salió a festejar. Y en virtud del contraste con el clima de crispación, miedo y desesperanza que según los medios dominaba al país adquirió una significación política claramente positiva para el gobierno.

Fiesta y memoria
Sin poder salir todavía de su sorpresa los dirigentes de la oposición y los principales columnistas de los medios han salido desesperados a tratar de imponer un relato sobre lo sucedido en los festejos del Bicentenario que no los deje mal parados y si es posible que le quite todo merito al gobierno. El pueblo, dicen con fingida humildad, nos ha dado una lección a todos, principalmente a los dirigentes, sobre todo, claro, a aquellos que gustan de las confrontaciones (léase Néstor y Cristina) y salió a las calles dejando atrás las diferencias partidarias y banderías políticas.
La afirmación encierra, es cierto, su verdad, pero se trata de una verdad de Perogrullo, ya que está en la naturaleza de toda fiesta borrar las diferencias y sumergir el “yo” en un “nosotros” que puede representar un pequeño grupo o una comunidad mayor como la nación. Como dice Serrat en su canción Fiesta: “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. En el caso de la conmemoración de un acontecimiento histórico como la del Bicentenario la celebración remite además al origen. Es decir, al relato que nombra a los personajes y a los hechos que éstos desencadenaron para que nosotros lleguemos a ser lo que somos: argentinos. Hubo fiesta (disolución de las diferencias ) pero también conmemoración (ejercicio de la memoria histórica).

“No todo está mal”
Ahora bien, lo que no pueden explicar los analistas de la oposición es cómo se gesto en la población ese espíritu festivo y patriótico en una sociedad donde, según el relato dominante, “todo está mal“. Es cierto que la población a través de un proceso complejo, cuya razón última se nos escapa, y que sin duda debe ser objeto de análisis decidió participar y salió a la calle. Pero para que esto sucediera era necesario que alguien interpelara a la ciudadanía, que la convocase a celebrar y que lo hiciese en grande. Tan en grande como cortar la 9 de Julio y programar una serie de actos y espectáculos sucesivos, uno mejor que otro, durante los cinco días de celebración. El mérito del gobierno en esto es tan evidente que tanto Felipe Solá como Elisa Carrió se sintieron obligados a reconocerlo en el recinto del Congreso.
¿Por qué? ¿Se trató acaso de un rapto de honestidad política y ciudadana?
No. Lo hicieron porque en realidad entendieron el mensaje principal que dejó la participación multitudinaria de la población en el Bicentenario: “No todo está mal”. Felicitaron al gobierno por la organización de los festejos porque, al menos momentáneamente, no pueden sostener el discurso, refutado por el éxito de los festejos, de que nada de lo que los Kirchner hacen está bien.

Torrijos, Sandino y el Che llegan a la Rosada
La organización de los festejos del Bicentenario supuso un gran logro político y cultural para el gobierno. Esta afirmación no significa extraer conclusiones sobre futuras conductas políticas o electorales de la población a partir de un hecho social y cultural sin precedentes. De ningún modo. Se trata simplemente de señalar el papel protagónico que tuvo la presidenta Cristina Kirchner junto a su pares latinoamericanos durante los festejos. La misma mujer que hace dos años algunos consideraban que tenía los días o los meses contados se permitió un baño de multitudes e innumerables muestras de afectos al caminar junto a Evo, Lula, Chávez y Lugo desde la Rosada hasta el Cabildo. Antes había inaugurado en un hecho que no tiene precedentes en el resto del continente la Galería de los Patriotas Latinoamericanos. Las multitudes que seguían la ceremonia por la televisión pudieron ver reunidos en una misma sala las imágenes de Miranda, San Martín, Martí, Torrijos, Sandino, Yrigoyen y Perón, entre otros tantos patriotas de la Patria Grande. Pero la frutilla del postre fue el retrato de Ernesto Che Guevara. Hay que reconocer la audacia de los Kirchner al entronizar la imagen del Che en la Rosada. Quizás alguien como Pino Solanas, por ejemplo, argumente que se trata de otro acto de simulación del gobierno. Se trataría entonces de una paradoja que un director de cine no valore adecuadamente la importancia de los símbolos en el combate cultural e ideológico contra el sistema de dominación. Es en este plano simbólico cultural donde el gobierno obtuvo su principal éxito durante la celebración de Bicentenario.
El hecho no pasó desapercibido para los columnistas de la oposición que rápidamente salieron a denunciar el relato que el gobierno hizo de los hechos históricos más relevantes desde el 25 de Mayo hasta nuestros días. Sin duda el relato que se desprende de la serie de actos programados para rememorar nuestro 200 años de historia se aleja de la vacuidad que por lo general domina estas ceremonias y se inscribe en la tradición del pensamiento nacional, popular y democrático. Desde el principio el gobierno, con la presencia de los mandatarios latinoamericanos, puso a la Patria Grande cómo marco de la celebración y luego interpeló a la población con serie de actos como la mencionada galería inaugurada en la Rosada, la proyección sobre las paredes del Cabildo y el formidable espectáculos de carrozas del grupo Fuerza Bruta. A su vez muchos de los músicos que se sucedieron sobre el escenario de la 9 de Julio mecharon sus intervenciones con breve comentarios que se inscriben en un discurso democrático y popular. Una certeza surge de todo esto. La oposición, tanto en su versión conservadora como liberal, nunca podría haber organizado un festejo como el que vivimos. De todo esto se desprende la potencia del pensamiento nacional y popular que, por supuesto, excede al kirchnerismo, pero que éste, y ese es su gran mérito, puso en acto durante la celebración del Bicentenario.

Nunca nada se pierde o gana definitivamente
Una vez más, como muchas otras veces en la historia las masas, las multitudes, la muchedumbres, como se quiera llamarles, irrumpieron inesperadamente en la escena y se produjo un acontecimiento de una naturaleza y dimensión que no fue previsto por nadie. Un humor social distinto al que describían los medios se apoderó de la escena nacional. Tal vez, si miramos hacia atrás, como sucede una vez que se desencadena un proceso y éste adquiere una forma definitiva (seis millones de personas en las calles), podamos encontrar algunos indicios de lo que se estaba gestando. Una de esas señales quizás haya sido la sorprendente masividad que tuvieron en marzo pasado sobre todo en Buenos Aires los actos en conmemoración del golpe del ‘76. Del mismo modo puede interpretarse la movilización de más de 50 mil personas en contra de la suspensión de la nueva ley de medios. También hay otras cuestiones a tener en cuenta al intentar explicar lo que pasó en la semana de mayo. Han transcurrido ya casi dos años del conflicto con el campo que terminó en una gran derrota política del gobierno en el Senado y que luego se tradujo en el revés electoral de Kirchner el 29 de junio del año pasado. Las pasiones y rencores que desató el conflicto sobre todo en sectores de clase media parecen haber cedido significativamente. A todo ello contribuyó sin duda el evidente crecimiento de nuestra economía en contraste con la dramática situación que viven países como España y Grecia (aún está vivo el recuerdo del 2001). A su vez, la presidenta, tras la derrota no cedió a la presiones del bloque oligárquico y muy por contrario tomó una serie de medidas de alto impacto entre las que se destacan la estatización de los fondos de pensiones, la ley de medios y la asignación universal. Todas estás medidas y muchas otras ayudaron sin duda a generar el nuevo cuadro de situación. Nuevamente la realidad nos enseña que nada está perdido o ganado definitivamente y que la suerte, como el ánimo de la gente, es cambiante. Basta recordar por un momento el clima político y social de hace dos años tras la derrota del gobierno ante el campo y el actual tras los festejos del Bicentenario. El comentario irónico de Kirchner a los pocos días del voto no positivo de Cobos adquiere ahora un sentido pleno: “Tal vez tengamos que agradecerle a la Mesa de Enlace el habernos despertado”.

miércoles, 20 de enero de 2010

¿De qué se ríe la jueza Sarmiento?


El compañero Pablo Fontdevila subió este comentario al blog que comparto con ustedes.



¿Qué sonrisa la de la María José Sarmiento, no? Transmite confianza y seguridad, satisfacción por lo hecho, por el deber cumplido. Es difícil encontrar esa cara en un funcionario. Y en los jueces, personas siempre severas, más todavía. Al fin y al cabo, la neutralidad le exige a los magistrados un rostro afable, pero NO transparente, si se mira desde el lado de sus emociones. Por respeto digo. Los jueces, se dice, hablan por sus fallos, nunca por su cara. ¿Porqué se ríe Sarmiento entonces?, con esa sonrisa tan amplia y hasta contagiosa (sino fuera por las funestas consecuencias de sus actos).

Tal vez sea porque dejó al Gobierno “de una pieza”. O sea, de imaginarse la cara de la Presidenta de la Nación después de su fallo. También por acompañar la alegría del círculo corporativo-financiero, mediático, y político que la alentó. Pero tanta seguridad y aplomo en esa sonrisa dicen mucho más. Dicen, seguramente, de la pertenencia a un ámbito social y político que se siente cada vez más seguro de que esta “pesadilla” iniciada en 2003 va a terminar pronto. Que si se “ayuda” con algunos contratiempos por venir, los “K” no podrán ya aplicar las políticas que impulsaron (sobre todo en el gobierno de Cristina). Que no falta tanto para volver a un país “normal”, donde “el campo” o “los medios”, no solamente dejen de ser "perseguidos" sino que sean convocados como actores privilegiados a la mesa donde se acuerden las “políticas de Estado”. Esto es, políticas “bosta de paloma” (diría Perón), que suponen acuerdos tan amplios que no cambian nada de lo ya establecido ni el lugar social de sus beneficiarios.

Sarmiento no sólo ha disfrutado con su fallo. Con todo descaro ha cambiado la carátula del expediente para sacarlo de los tramites urgentes y lo ha cajoneado por todo el tiempo que el más largo de los plazos del código procesal se lo permita. Es decir, se envalentonó con su primer éxito y, embriagada ha profundizado su agravio y su…placer.

Finalmente supimos qué hay detrás de ella. O mejor, de qué ambiente proviene la magistrada. Porque lo sospechábamos, tanta confianza y seguridad suelen acompañar a los que se sienten, desde siempre, amos del país. El padre de la jueza, un coronel del Ejército llamado Luis Alberto Sarmiento, fue importante funcionario de la dictadura militar instaurada en 1966. Y tiene una causa por el homicidio de un estudiante, provocada por torturas. No quiere la jueza a este gobierno. Pero ríe. Tuvo una oportunidad y consiguió ella también, sus cinco minutos de fama.

viernes, 8 de enero de 2010

Ayer Cobos, hoy Redrado


Un compañero me mando por mail el siguiente comentario: "Resulta que antes repudiábamos la deuda externa por fraudulenta e impagable y apoyábamos a Olmos y su investigación y resulta que ahora por el avance de la derecha nos vemos envueltos en una defensa de los fondos para para pagar la deuda".
Hay algo que debe quedar muy en claro. No se está discutiendo si se paga o no la deuda. Eso es lo que en el mejor de los casos creen los Pino Solanas y otros ilusos. Macri, Cobos, De Narváez, Carrió, Duhalde, para citar sólo al sector mayoritario de la oposición, no se oponen al pago de la deuda. Lo que se discute es si el gobierno nacional puede hacerlo con las reservas del Banco Central, las cuales para la derecha subordinada al pensamiento neoliberal sólo están para resguardar el valor de la moneda. Pero la defensa de la autonomía del Banco Central, tan cara al capital financiero, en realidad esconde la intención de poner palos en la rueda, es decir, de impedirle gobernar a un Ejecutivo, que con todas sus limitaciones y las dificultades surgidas de una crisis económica a escala mundial, ha logrado capear el temporal y perfilarse hacia un 2010 que en todos los análisis aparece como un año en el que la economía va crecer sostenidamente. Este dato de la realidad es el que desvela a la oposición y al capital concentrado al cual ésta se subordina. Hacen un sencillo razonamiento, si el gobierno fue capaz de sobreponerse a derrotas como la sufrida frente al campo y luego en las urnas el año pasado, con "viento a favor", simplemente, "a la tortuga no la agarramos más". A no confundirse compañeros no se está discutiendo si pagar o no la deuda. Eso es lo que los medios le dejan creer a Pino Solanas mientras lo utilizan para socavar con argumentos de izquierda al gobierno y preparar el retorno de la derecha, esa que no tiene pudor en pedir una amnistía para los genocidas. La discusión sobre el pago o no de la deuda es una discusión legítima y necesaria que justamente la oposición nunca la impulsó en el Congreso. Que se sepa jamás se opusieron a que el gobierno pague la deuda como lo viene haciendo. Por eso se equivocan Pino y compañía y no debemos equivocarnos nosotros. No se discute sobre el pago de la deuda, ni siquiera sobre la autonomía del Banco Central. Se discute sobre si Cristina Kirchner puede o no gobernar. Se trata de una clara jugada destituyente. Ayer Cobos, hoy Redrado.